Máquina de escribir
viernes 8 agosto 2025
Usar cualquier dispositivo electrónico para escribir es un acto de fe. Escribir a mano en un cuaderno con tinta no requiere un proceso de guardado o de respaldo de archivos, y las notas con pluma y papel no precisan gestión como un sistema operativo digital. La información que escribimos en un ordenador puede perderse por razones fuera de nuestro control, y quizá ese acto de fe lo sea más aún cuando el dispositivo es antiguo.
Llevo un par de días usando la MacBook Air de 2015, la primera computadora que compré con los frutos de mi trabajo como programador. Tengo lindos recuerdos de este dispositivo, me acompañó a la universidad, al trabajo, a conferencias, a vacaciones, la llevaba conmigo a todas partes. La batería sigue funcionando a la perfección, todavía le puedo sacar entre seis y ocho horas como mínimo, pero usarlo diez años después también me abre los ojos a sus deficiencias. La pantalla es malísima, de hecho me he estado cuestionando si usar una pantalla con tan poca resolución no cansará mi vista más de lo que se gasta de por sí al trabajar frente a un ordenador todos los días. Aunque empiezo a dudar si es la mala resolución de fábrica o el deterioro por los años. Ya ha pasado una década...
Recuerdo una ocasión hace muchos años—yo he de haber tenido unos diez u once—una visita a la casa de mis primos. Era la primera vez que los visitábamos en esa casa pues recién se habían mudado a un vecindario tranquilo en una zona exclusiva de la ciudad. Mi tía nos dio un tour por toda la casa, desde el armario bajo las escaleras hasta las habitaciones de cada quien. Mientras recorríamos la casa platicábamos: mi madre con mi tía, mi padre con mi tío, mi hermana con mi prima, mi primo y yo. No recuerdo muy bien la distribución de aquella casa o de las habitaciones, pero sí recuerdo lo que más llamó mi atención al entrar al cuarto de mi primo. Sobre un escritorio esquinado color negro yacía una MacBook Pro. Sospecho que era el modelo 2009 de 13” pulgadas.
Pese a sus dimensiones, aquella laptop era la pieza central de la habitación. En la conversación de mi madre y mi tía surgió una duda sobre cierto lugar o cierta dirección y mi tía le dijo a mi primo que lo confirmara en internet. Él se sentó al escritorio y todos nos inclinamos a su alrededor para observar la computadora sobre su hombro. Al abrir la tapa de la laptop se escuchaba el tono de inicio característico de los ordenadores de Apple. Yo conocía éste a través de videos y reseñas en internet, pero aquella fue la primera vez que vi y escuché una MacBook en persona. Jamás había visto un dispositivo tan elegante y moderno. Aquel modelo ostentaba una carcasa de aluminio y una pantalla de alta resolución, pero lo que más me impresionó en ese momento fueron las teclas iluminadas. Eso era verdaderamente nuevo.
Admito haber sentido una especie de envidia entonces, pero incluso llamarlo envidia me parece injusto, porque a esa edad y en el entorno discretamente privilegiado en el que crecí la envidia se manifestaba muy inocentemente, si acaso pensaba que tendría que esperar a ser más grande (mi primo es cuatro años mayor) para merecer una laptop así. El caso es que ese es de los primeros recuerdos que tengo de una MacBook.
Mi familia en ese entonces tenía un solo ordenador—un portátil rojo Toshiba Satellite con sistema operativo Windows XP que mi padre se había comprado como regalo de Navidad y al que yo tenía acceso de vez en cuando. Con esta computadora aprendí a navegar por internet, platicaba con mis amigos en el chat de MSN o Yahoo y leía los artículos y disfrutaba de los mapas interactivos de castillos y palacios en Encarta. A mis doce o trece años seguía anhelando una MacBook, pero mis necesidades computacionales no justificaban el precio. Mi primera computadora fue una Samsung Chromebook modelo 2012. Tenía una pantalla de 11.6” pulgadas y el diseño obviamente emulaba el de la MacBook Air. Unos años después conseguí una Chromebook Pixel 2015. A estas computadoras les instalé Linux y empecé a programar y trabajar como desarrollador. Con mi primer cheque me compré la MacBook Air modelo 2015 de 13” pulgadas que estoy usando en estos momentos.
Me ilusiona pensar que le puedo dar un segundo aire a esta laptop al convertirla en una máquina de escribir. No pienso instalarle más software, por una parte porque no cumple con los requisitos para correr software moderno, por otra parte para limitar las posibles distracciones. Le instalé el procesador de palabras Bean y eso ha sido suficiente hasta ahora. Puedo usar Safari para búsquedas breves en internet. Por lo demás, es un sistema hermético. Ni siquiera he ingresado a mi cuenta de iCloud (y no pienso hacerlo). Con el fondo de pantalla azul de OS X Tiger, siento que estoy usando una computadora de los años noventa.
La semana pasada instalé el emulador de Windows 95 de Felix Reiseberg en mi ordenador principal. Una de las aplicaciones que incluye es Office 95 y estuve escribiendo en Word. Esa versión jamás llegué a usarla en su tiempo, el sistema operativo más viejo que tuvo mi familia fue Windows 98 en una Compaq Presario que usé un par de meses cuando era muy niño, una computadora en la que jugué con Paint, Space Cadet, Minesweeper y Solitario casi exclusivamente. Usar la versión de Word de hace treinta años me hizo reflexionar acerca del software moderno. Word en 2025 es horrible, desde el agresivo autocorrector que intenta predecir y cambiar mis ideas hasta la integración innecesaria de la IA. No me gusta depender de aplicaciones web como Google Docs porque a una pestaña de distancia tengo el internet y eso me distrae. Por un tiempo consideré seriamente comprar un procesador de palabras electrónico como el Canon Typestar 110 justo para evitar distracciones. Llegué a comprar un cartucho de tinta para este sistema pensando que compraría el procesador de segunda mano, pero el vendedor tuvo dificultades con el envío y nunca lo obtuve.
Mi búsqueda por un mejor entorno de escritura digital me llevó a incursionar en programas de terminal como Vim, Emacs y Wordgrinder, pero estos también presentan problemas. Vim por supuesto es un editor de textos, no un procesador de palabras. No tiene sentido cambiar la función principal de un programa para cumplir con mis necesidades, en especial porque también lo quería para programar. Emacs resultó mejor para escribir en prosa, pero la carga cognitiva de aprenderse tantos atajos me hace más lento cuando no escribo por unos días, porque al regresar al editor tengo que aprender todo de nuevo.
La idea detrás de las interfaces de usuario gráficas es facilitar este tipo de interacciones. Por supuesto que es más rápido escribir comandos en la terminal, eso no lo cuestiono. Pero hay veces que prefiero ver mis archivos y arrastrarlos con el mouse de una carpeta a otra, o simplemente darle click a un botón en vez de combinar una tecla tras otra para cambiar el aspecto de un manuscrito. Es por eso que aunque llevo pocos días usando Bean he escrito documentos más largos que los que escribo en los demás editores.
A tres días de usar la MacBook Air como una máquina de escribir, los resultados me tienen contento.